El cine según Lleanluc

Una visión irónica del cine posmoderno.

Friday, May 26, 2006

Matrix Reloaded


He de reconocer que soy un hombre de pocos amigos. Por mucho que os cueste imaginar, la gente cuando me conoce como que se enfada conmigo. Que si soy un impertinente, que si me podría callar la boca, que a quién coño le importan mis comentarios… ¡Que les den a todos! Uno de los pocos que me queda me cogió desprevenido un día mientras andaba por mis queridos campos Elíseos (filmando con el móvil la segunda parte de Al final de la escapada, que pienso titular Al final de la escapada no hay una puta mierda y yo soy Dios, proyecto del que les hablaré algún día) y me comentó que en un cine cercano proyectaban la continuación de una de las más reconocidas obras del cine posmdoderno: Matrix: Reloaded. A mis incesantes preguntas de a qué se debía semejante pasión el pobre desgraciado balbuceó extrañas palabras sobre computadoras que hablaban y cámaras rotatorias. Semejante artefacto fílmico hizo que acudiera raudo y veloz a la siguiente proyección. Nada más llegar el algarabio de unos jovenzuelos llamó mi atención. Hacía tiempo que no veía semejante fauna rondando por un edificio de estas características, cosa que me llenó de miedo. Como pude los evité y me metí en la sala, con la sorpresa de encontrarme con cientos de esos especimenes, con camisetas negras y aceitosos rostros. Por un momento pensé en irme lo más lejos que pudiera, pero pensé para mí: “Godard, échale cojones” y me acomodé en la última fila, lo más pegado posible a la pared. Las luces se apagaron y parapetado en mi butaca me dispuse a presenciar la preciada película. A los pocos minutos de película empecé a maldecir a mi anteriormente mencionado amigo. De mis espalda, cual fragata mercantil, surgieron repentinamente unas ondas sonoras de un alto volumen, que rompieron mis amadas gafas. Mi cuerpo se estremeció al ver como mis gafas de pasta caían al suelo al mismo ritmo que las imágenes se sucedían en la pantalla. Me sentía desnudo sin ellas. Aquella película me había golpeado donde más me dolía. Entonces, he de reconocer, empecé a llorar como un niño. La imagen de mis gafas en el suelo provocó en mí una sensación de abatimiento que nunca antes había sentido. Estaba solo en esa sala rodeado de unos jovenzuelos que clamaban a la pantalla. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo eso que ocurría? ¿Es esto el cine posmoderno? En ese momento recordé a todos mis antecesores, a Renoir, Mizoguchi o al hijoputa de Truffaut. Debía resistir por ellos. Así que me enfundé de nuevo las gafas y aguantándolas con la mano aguanté el resto de la proyección. El lenguaje de la película era confuso y anodino. Me sorprendió que no hablasen de la gente ni del cine. Era un lenguaje críptico cual programa informático. Entonces vi la luz. La bella Bellucci hizo acto de presencia y como acto de gentileza empecé a masturbarme lentamente. Pero a medida que pasaba la escena, se hacía más presente que no se le verían las pechugas. ¿Qué clase de posmodernidad es esta que no muestra el pechugar femenino, el elemento más artístico de la creación? Guardándome mi falo en el calzón continué en un estado alucinógeno ante la serie de imágenes y diálogos pseudoinformáticos que se mostraban ante mí. Entonces llegó una escena que aparentemente era esperada por la audiencia, pues todos callaron y escucharon con atención. El tal Neo charlaba con un viejuno que le hablaba en un lenguaje pseudocientífico que se me escapaba. No puede más. Me levanté y grité a todo pulmón (como los altavoces que rompieron mis hermosas gafas): “¿Qué clase de mierda es esta?”. Los chicos se percataron de mi presencia y me señalaron con el dedo: “¡Hijoputa, que nos jodes la película!”. Entonces vi el odio en sus ojos y antes de que hicieran nada, salí de esa sala a toda prisa. Volví a los Campos Eliseos, donde me esperaba sonriente mi amigo. Sin mediar palabra le pegué un puñetazo en el mentón. No me ha vuelto a llamar. El cine posmoderno había ganado la primera batalla.

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